Y sin embargo está, desbroza, aclara, evita intermediarios. Me explico: si alguien quiere escuchar a África, sería bueno que leyese en voz alta a sus poetas. Y ello a pesar de que utilicen lenguas heredadas de sus colonizadores. Las palabras serán suyas pero el canto es nuestro, diría Théophile Obenga, dejando así zanjada la cuestión. Si leemos los textos (**), entenderemos el acoso y el sometimiento de sus países, impostando formas de vida ajenas a sus longevas tradiciones.
Pero no nos detendremos ahí, sino que descubriremos que ese es el punto cero del África contemporánea, un punto de arranque que para muchos debe ser un punto y final, ya que es más fácilmente asimilable un continente sumido en la hambruna, en las guerras intestinas o en la visión romántica de las películas made in USA. Este tipo de estereotipos se derrumba fácilmente si acudimos a las propias palabras de sus protagonistas, de los actores y actrices de esa película real que es África hoy.
Precisamente es en ese documental donde los poetas tienen un papel protagonista:“Ser poeta, en nuestros días, es querer con todas sus fuerzas, toda su alma y toda su carne, frente a los fusiles, frente al dinero que también se convierte en fusil, y sobre todo frente a la verdad preestablecida sobre la cual nosotros, poetas, estamos autorizados a mearnos, que ninguna faceta de la realidad humana se vea empujada bajo el silencio de la historia. He nacido para contar esa parte de la historia que lleva cuatro siglos sin comer”.
Las palabras del poeta congoleño Sony Labou Tansi nos permiten sintetizar bien a qué nos estamos refiriendo, a la reclamación de la intrahistoria para el concepto de universalidad. El primer premio Nobel africano, Wole Soyinka también habla sobre ello, esbozando esa teoría de palabras-frente-a-las-armas que otorga una importancia fundamental a la labor de los poetas. Léopold Sédar Senghor decía con razón acerca de ese lazo tenso entre poesía y esperanza: “La poesía no puede morir. ¿Si no quién cantaría la esperanza?”. Centrándonos en ello, la poesía africana de hoy es casi un grito, un grito de resistencia que, de paso, nos aclara conceptos sobre su historia reciente. Un poema de Chenjerai Hove, poeta de Zimbawe, es especialmente aclaratorio:
Parlamento de los niños
La madre se sentó
con el hambre entre sus manos
y ahogó el amor en sus ojos.
Luego las moscas vinieron
a cantarle repulsivas canciones al oído.
Nosotros escuchamos la inagotable historia
De la lucha y el hambre.
Pero la Madre no cantó
al llegar el tiempo del canto
En la historia popular.
Ella sólo señaló a las moscas
Y nos pidió que tarareásemos
la misma canción musitada por las alas.
Cantamos la canción alada
mientras nos uníamos en la búsqueda.
Mosca y niño unidos en una misma canción
Madre y hojas caídas al tiempo
padre ausente,
desconocido.
Mientras ella sondea los zumbidos,
juntos los seguimos
Creamos unión
para develar los motivos de la mosca y el niño.
Así, en nuestros corazones
Están las vaporosas huellas de la mosca
Cuyas alas nos contaron historias
Del sentido de la vida y de a quién pertenecemos.
-Escuchamos en la radio que hay una crisis-
los miembros del parlamento exigen mayores salarios
Y nosotros no somos tomados en cuenta.
Al menos estamos a salvo de promesas ahogadas.
Habremos de debatir
a cámara abierta
con profusión de enfermedades
como Símbolo del electorado de las tumbas
y tasas demográficas ascendientes
como símbolo del electorado de los sobrevivientes.
Perros-gatos-ratas-moscas
Perros-gatos-ratas-moscas
Envíen emisarios a esta cámara
Aunque el debate se torne melancólico
¡Extravíos del lenguaje!
¡Hacen falta espacios!
-Simple ausencia de orden en el recinto-
Luego compartimos nuestros haberes:
Desde bolsillos llenos de sangre
hasta parlamentos de políticos
Juntos sobrevivimos
Al núcleo de largas sesiones
y caducos proyectos de ley
que ahora reptan
donde ayer hubieron de correr.
Publicar todo el poema es un acto de resistencia también, evitar el intermediario entre ellos y nosotros es dinamitar una frontera, uno de esos límites invisibles que tanto separan y tergiversan. De ellos habla Jack Mapanje cuando reivindica que, una vez desaparecida la frontera mental que nos separa, los problemas de ellos como seres humanos son los mismos que los nuestros:
La cabeza
Que realmente duele es
La esposa, los niños,
Parientes y amigos
No admitidos,
La escasez
De espacio para respirar
Y la materia legible,
El ruido
Del papel crepitante
Y la pluma
Impugnada.
La voz de las mujeres también reivindica esta igualdad real, sin paternalismos, sin intermediarios que nos hagan la exégesis de lo que realmente pasa en África. Interesa, entonces, volver a quitar el velo del prejuicio para observar la cercanía con que sus versos nos interpelan. La poeta Agnès Agboton escribe:
Tal vez
Tal vez la noche que se acerca,
tal vez el día que despierta, podamos beber el agua de mi vodún.
El agua de mi vodún
que ha pasado la noche en vela, amor mío, por ti.
Con ello nos concentra en el problema principal del individuo, sea de donde sea. El amor, entendido este como conjunto de relaciones interpersonales, no entiende de colores, ni de fronteras. Esta reflexión tan ingenua es hoy una auténtica transgresión, pura palabra subversiva en tiempos en que la economía humilla lo poco que nos queda como seres humanos. Y es que, en una conversación con un poeta camerunés, Michel Feugain André, este decía que los economistas llevaban poco tiempo existiendo y nos habían traído muchos problemas, mientras que los poetas llevaban desde el principio de la humanidad y solo habían creado belleza. Bajo este prisma, añadió: los poetas africanos lo sabemos bien, la simetría del sol puro es lo único que sigue suscitando nuestro asombro, esa capacidad de sombra que tenemos y con la que dialogamos.
Ler no El País.