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Las cuerdas que atan Brasil y África


El padre de Toumani Diabaté tocaba la kora. Y el padre de su padre también. E incluso multiplicando por 71 generaciones de progenitores la frase seguiría siendo cierta. Cuando Djelimady Waulé, el primer antepasado artista del músico africano, ató su destino al de este instrumento de cuerdas, Cristóbal Colón aún no había emprendido el viaje erróneo más afortunado de la historia.
Siete siglos separan Diabaté de Waulé pero ambos comparten una estrella polar. “Para mí la kora es todo. Es mi historia. Le debo lo que como, la ropa que llevo, mi casa”, asegura Diabaté. Y a su fiel aliada le debe mucho también A curva da cintura. Así se llama el álbum que el maliense acaba de componer junto con los músicos brasileños Arnaldo Antunes y Edgard Scandurra, en una colaboración transoceánica que podrá escucharse en directo hoy en Barcelona y mañana en Madrid.
“Es un encuentro mágico entre la música de Malí y la de Brasil”, resume Antunes el fruto de está fusión internacional. El big bang de un universo poblado de tambores y cantos africanos, guitarras y melodías brasileñas estalló en 2010 en Río de Janeiro. “No nos conocíamos de nada y nos propusieron que tocáramos juntos en un festival. Solo tuvimos un ensayo al día anterior pero fue maravilloso”, cuenta un entusiasta Antunes. Y Diabaté remata: “Su música me tocó. Solo eran la voz de Arnaldo, dos guitarras y un percusionista pero tenía mucha fuerza”.
Tanto que el maliense se puso a improvisar sobre la marcha. Y, según cuentan los tres (entre inglés, español, portugués y muchas sonrisas), todo encajó. De ahí que el flechazo carioca se transformara en luna de miel en el corazón de África. Diabaté invitó a los dos músicos a Malí. Y tras 10 días en Bamako, A curva da cintura ya era realidad. Gracias a su talento, de acuerdo. Gracias a la kora, faltaría más. Pero gracias también y sobre todo a un aliado precioso. “Por el día íbamos a dar vueltas por la ciudad. A las 22.00 nos metíamos en el estudio para grabar. Toumani nos daba un té verde que te hacía estar despierto hasta las cinco de la madrugada”, cuenta Scandurra.
De esas noches insomnes salió un álbum de ritmos y coros, para bailar o para escuchar, como recomienda Diabaté, durante un viaje en coche: “Es 50% Malí y 50% Brasil. Es una fusión que crea algo distinto, que jamás se había hecho antes, pero donde las partes no pierden su esencia y cada uno defiende su país”.
Aunque, más allá de etiquetas y adjetivos, en el fondo lo que se hace de Malí a Brasil, pasando por cualquier otra esquina del planeta, solo tiene una definición. “Te puede no gustar el jazz, o el house o el género que sea. Pero nadie puede decir: ‘No me gusta la música”, asegura Diabaté. Decir que a él le encanta sería un eufemismo. Para el maliense, la música es igual de importante que la religión o la medicina: “Une a la gente. En un concierto ricos y pobres están juntos y experimentan las mismas sensaciones”.
Lo que siente en cambio Diabaté respecto a su país es mucha tristeza. Más allá de ser uno de los Estados más pobres del planeta, Malí sufre desde enero una rebelión de independistas e islamistas, apoyados por Al Qaeda, que ha llegado a autoproclamar un estado independiente del Norte. “Son unos terroristas. Ya hay 300.000 desplazados en todo el país. Y ahora llega la estación de las lluvias y la gente no tiene nada”, se lamenta el músico. Y, acto seguido, anima a cualquier español que quiera ayudar a acudir a la embajada de Malí.
Los que quieran acudir a sus conciertos en cambio escucharán el sonido de un árbol genealógico que, desde 1300, nutre sus raíces con las mismas melodías. Tanto que el hijo de Diabaté, de 20 años, también se ha hecho músico. Sobra decir de qué instrumento. Baste con un indicio: ya van 72 generaciones.

in El País.