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Orientalismo: ¿hasta cuándo el malentendido?


En la Royal Academy de Londres se acaba de abrir la exposición Desde París: cierto regusto impresionista que sin duda hará las delicias de los visitantes de “Londres 2012”, por eso de que al público en general –expertos y no tanto- le encantan los Impresionistas.  Sea como fuere, en este caso concreto la palabra mágica que despierta la curiosidad y alimenta las colas, “impresionismo”, tiene mucho de reclamo, ya que además de Degas, Monet o Renoir, en la muestra organizada junto al Clark Art Institute, se han colado obras que tienen poco de “impresionistas”, a pesar de que en esta muestra se tome la cuestión un poco por los pelos, reflexionando –se explica- sobre las pasiones de los artistas del movimientos hacia los temas relacionados  con el “orientalismo”.  Pero, ¿qué queremos decir con el término en el contexto del XIX parisino y hasta qué punto sigue sin enfrentarse críticamente a lo largo del XX, sigue englobando demasiadas propuestas que poco o nada tienen que ver unas con otras?
Un caso paradigmático de esos malentendidos, tan arraigados en el XIX, es el fabuloso cuadro del realista Gêrome, El encantador de serpientes, que  se exhibe en la muestra y que en su visión colonialista plantea todas las contradicciones que surgen del propio término en éste y en otros discursos desde Occidente. Ahí está el joven, con la serpiente alrededor de su cuerpo desnudo, observado por un grupo que le convierte en parte del exotismo implícito en lo que se escenifica para ser mirado. Redundancia de miradas que aparece sin cesar en las obras de  Gêrome –incluidas  las de harenes- y que reenvía a una hipotética mirada occidental que, desde una posición de superioridad en la historia que se cuenta desde París, observa las escenas “primitivas” desde fuera, sin contaminarse, con curiosidad, sumergida en la lógica del espectáculo.En el suelo y las paredes se dibujan con la precisión de un collage de deseo las ricas decoraciones que, observadas con detenimiento, pertenecen a culturas diferentes, otra vez reunidas por la mirada del viajero occidental que en la leyenda que más circula es capaz de apreciar lo quizás pasa inadvertido para los autóctonos. Pero, ¿autóctonos de dónde, si en los  cuadros de Gêrome los estilos y los detalles se mezclan, si todo  se convierte, sencillamente, en  otredad, en invención, en “oriental” -que es decir nada de mucho?
Esta era la reivindicación del célebre texto de Edward Said, Orientalismo , de finales de los años 70 del XX, en cual el autor y académico norteamericano comentaba cómo en el siglo XIX, desde Europa, Oriente era todo aquello que no era Occidente. Así que cabía todo: el mundo japonés que interesó a los Impresionistas, Egipto o hasta España o Rusia –como comenta Gertrude Stein en su célebre texto sobre Picasso del 1939. Todo se mezcla en la inveosímil fantasía de harén que nadie sabe dónde empieza ni acaba, pero que impregna las imaginaciones hasta bien entrado el XX.  Ahora, al volver a mirar el cuadro en la exposición de Londres, recuerdo de pronto cómo la edición inglesa del texto que manejé, hace ya muchos años, tenía  de portada esta misma imagen de Gêrome que, vista en el curioso “contexto impresionista” que propicia la Royal Academy, vuelve a despertar mis recelos respecto al término mismo y sus usos. 
Tal vez por este motivo, por cierto regusto hacia lo “exótico oriental”, lo lejano, lo otro, que sigue intrigando pese a todo, me parece tan interesante la propuesta que la Fundación Miró de Barcelona presenta para la exposición de Mona Hatoum, la artista de origen palestino y nacida den Beirut, aunque exilada en Londres tras sorprenderla allí el estallido de la guerra del Líbano.  De hecho, si Hatoum se suele leer con frecuencia unida a la noción de exilio y hasta a ciertas connotaciones geopolíticas  relacionadas con la idea del país lejano, culturalmente hablando, de la imposibilidad de volver, de las raíces perdidas  y vueltas a narrar  -como  propone  Measures of Distance (1988),  un trabajo en el cual, tras la una especie de metafórica cortina de ducha se muestra el cuerpo desnudo  y cubierto por los caracteres árabes, las cartas de la madre que se van traduciendo-, en la exposición comisariada por Martina Millà se enfatiza otra posible lectura de la artista, más relacionada con la vanguardia occidental, que prueba el doble origen de Hatoum, ese doble origen que a menudo se suele obviar en favor de sus prácticas más “orientalistas”, las que en el fondo va buscando la avidez  de Occidente también en los artistas actuales. La muestra Proyección de Mona Hatoum, ganadora del prestigioso premio Joan Miró  -concedido por la Fundación Joan Miró y la Obra Social “la Caixa” y cuya dotación de 70.000 euros ha donado para ayudar a jóvenes artistas a estudiar en la University of the Arts en Londres- desvela de forma clara lo que ocurre con los artistas provenientes de otras culturas e instalados en Occidente: su doble pertenencia, sus dobles influencias. 
No faltan en la muestra  de la Joan Miró alusiones a esa geopolítica, como ocurre en las cartografías o en Bukhara (2009), mapa desdibujado sobre una alfombra “persa”. Sin embargo, el malentendido dura poco, pues la alfombra “persa” se convierte de repente en Turbulence (2012) , la impresionante alfombra de  canicas de diferentes medidas, un prodigioso malentendido que poco o nada tiene que ver con lo previsible y el origen: si la pisáramos perderíamos el equilibrio, rodaríamos. Así que ahí están en los dos extremos Gêrome y Hatoum, redefiniendo unas historias que buscan en el caso de Londres refrendar la inercia de la historia y en el de Barcelona  quebrarla, igual que ese suelo de canicas que rueda y rueda en una increible metáfora de la transformación. 

in El País.