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O bailaino argentino Juan Giulino em entrevista de vida

Juan Giulinao é um dos mais célebres bailarinos argentinos, hoje fora dos palcos, dedicado ao ensino e a conferências junto de público da área profissional da dança. Pertenceu à Companhia Marqués de Cuevas, trabalhou com Bronislava Nijinska, com George Balanchine, Serge Lifar, Leonides Massine e Maurice Béjart. Teve um duo de improvisação com Martha Graham na Brooklyn Academy de Nova Iorque. Foi amigo de  Rudolf Nureyev e de Erik Bruhn e partilhou com eles os palcos. En 1965 recebeu o prémio Nijinsky como melhor bailarino da Europa. Este à frente de várias companhias de ballet e criou mais de cem coreografias. Foi primeiro bailarino da Ópera de Paris, e por isso o Governo frances distingui-o com a Ordem de Cavaleiro das Artes e das Letras. Nesta entrevista, fala do seu percurso internacional e confessa o que o continua a fazer sentir um argentino. 


Qué recuerda de sus inicios como bailarín en la Argentina?
–Comencé con un gran maestro, Francisco Gago, y luego hice la escuela del Colón. Cuando tenía quince años, por motivos familiares, me fui con mi madre a Montevideo e ingresé a la compañía del SODRE (Servicio Oficial de Difusión, Radiotelevisión y Espectáculos de Uruguay). Un tiempo después nos trasladamos a Brasil. Trabajé allí también como bailarín pero un buen día decidí dejar la danza por completo e internarme en el Mato Grosso. ¿A qué? A vivir o, mejor dicho, a aprender a vivir entre los indios; tenía diecisiete años. Seis meses más tarde volví a Río de Janeiro para decirle a mi madre que me quedaba definitivamente en el Mato Grosso, pero por una sucesión de increíbles casualidades y gracias también a la influencia de la gran Rosella Hightower, que estaba en ese momento en Río, decidí volver a la profesión.

–¿De qué manera ingresó a la Opera de París? Hasta hace muy pocos años ningún bailarín argentino había formado parte de ella.
–En aquel tiempo yo vivía en las afueras de París y bailaba con la compañía de Janine Charrat; ya en esa época me gustaba tener mis propias partituras y mi propio vestuario. Un día me llamó el director de orquesta de la Opera, que me conocía bien. Me dijo: “Esta noche es la función a beneficio de la Cruz Roja y las partituras estaban en el foso, que acaba de inundarse, ¿podrías prestarme las tuyas?”. “¿Qué necesitas?”, le pregunté, y me fui al ensayo. Había dos primeras figuras del Ballet de la Opera, Claire Motte y Claude Bessy, esperando a su partenaire que no llegaba. El director de orquesta me preguntó si podía ayudarlas a ensayar –eran pas de deux que yo había bailado–. Las ayudé y volví a sentarme. En síntesis: el partenaire avisó que estaba con sarampión, me pidieron que lo reemplazara, llamé a mi esposa para que me trajera la ropa y la caja de maquillaje, bailé esa noche con gran éxito y al poco tiempo me llamó el director de la Opera para ofrecerme un contrato. Puse condiciones: libertad completa para tomar compromisos con otras compañías, mientras supiera de antemano la cantidad y fechas de funciones que haría con la Opera. Nunca nadie había pedido algo así pero lo aceptaron.

Andanzas de um argentino en Paris